Linda adolescencia

Mientras acá suena una música, entre Silvio Rodríguez y José González, afuera hay hombres vestidos con enormes trajes con metales colgados, riéndose de la sociedad.

Se burlan, en serio, los escucho.
Se ríen de las estatuas de las capitales más importantes, y lloran.

Lloran porque se aburren de su filantropía.
Se acuestan ahí, entre los pastos, tragando colillas.

Entonces no quiero fumar más, porque es más que la incineración divina, es la decapitación lo que ofende, el intento desesperado de sacar a golpes, de avergonzarse.

Y entonces me gusta ese encuentro: el de la mano con el hombro, el labio y el bigote, la piel y la mejilla.
Y me relajo.

Como gato, listo para salir a correr.

A veces hay temas, a veces no, lo que importa es la memoria, la recuperación, como informáticos pasajeros de lo que no entendimos, como pájaros.

Entonces igual me gustan Los Beatles, y el alcohol me parece nefasto.

Entonces no gano, con esas conversaciones repentinas que amarro, donde no me gusta ocupar simbología alguna.

Los de afuera no quieren que pare, y tampoco me quieren.

No necesitan banderas ni monedas para ver el Clásico.
No necesitan mi crítica ni armonía, y no le interesan mis anécdotas, por eso no las cuento.

Nadie es perfecto.

1 comentarios:

Constanza Marchant dijo...

Me gusta Silvio.
Y aún me quedan 7 vidas.

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